viernes, 18 de noviembre de 2016

SIE7E OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUAL (VII PARTE)



ACONSEJAR AL NECESITADO
Freddy J. Berrios G.
@Catolicoslinea

Bien lo dice el argot popular “El que escucha consejo llega a viejo” para expresar la idea de la persona que recibe gustosamente un consejo y es prudente en aplicarla o por lo menos reflexiona en la molestia que se toma su prójimo en ampliarle una perspectiva determinada ante una situación particular. Por principio y definición, el consejo se propone hacer un bien; es la oportunidad inclusive de enmendar nuestros errores pasados ayudando a otros a no padecer la misma situación.
Dar un consejo es extender la mano sabiendo que -aún con buenas intenciones- no tengo todas las respuestas, ni puedo resolver todos los problemas. Aconsejar es orientar a otros a tener la seguridad de que Dios está cerca y Él será su luz y fortaleza siempre: es entender que yo no tengo todas las respuestas, pero Dios sí.

¿Quién puede dar consejo?
Un padre que en su juventud hizo acciones malas tiene la “autoridad” y la “moral” de conducir a su hijo por el buen camino, así como un entrenador que no pudo ganar un combate en una situación específica tiene la experiencia para dirigir a su pupilo al éxito. Toda aquella persona que con su testimonio de vida pueda informar y/o auxiliar de alguna manera, está apto para aconsejar desde su experiencia e imbuido por el Espíritu Santo para que sea un gesto de amor, un regalo que le damos a los demás, en especial a quien más lo necesita. (cf. Gal 6, 1-10; 1 Tim 4,11-23; Heb 13, 1-22)

¿Es necesario recibir consejos?
Sí. Cuando se da con cariño un consejo para beneficio de nuestro prójimo y éste no lo recibe o lo olvida entonces estamos tratando con una persona ingrata o necia. ¡Cuánta prudencia, cuánta abnegación, cuánta voluntad, cuánto heroísmo es necesario para dar un consejo! por eso tenemos que reconocer la disposición y la importancia que tenemos de aquél que se preocupa por darnos un consejo para nuestro beneficio. 

¿Cómo puedo aconsejar?
Aconsejar sea quizás una de los retos más grandes y difíciles de la vida. La humanidad en esencia no está capacitada para pedir ayuda con sencillez y confianza. Que sea el Espíritu Santo quien nos guíe para ser herramientas de amor; ser diligentes con humildad, con respeto y dar testimonio de Cristo en su momento oportuno. Debemos estar convencidos –por fe- que donde estemos haciendo cualquier obra de misericordia está Cristo, porque nuestras actitudes son cristianas para Gloria de Dios, amén. (cf. Rom 16,17-19; 1 Cor 16, 1-16)





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