La prueba de un
hegemónico modelo (no solo económico, ni social, sino moral) traspasa la
barrera del dominio propio, arrastrándonos a las contradicciones que implica el
actuar, admitiendo la indefensa que hay en nuestro ser, ante el fenómeno San
Nicolás, Santa Claus, Papa Noel o simplemente santa.
Este reconocimiento
de la indefensa ante lo heterónomo que nos impide ser autónomos en las
decisiones de compra, es el efecto planificado, programado y estratega en la
mercadotecnia de la hegemonía del mercado.
La hegemonía del
mercado luce resistente y se fortalece cada fin de año, con la mezcla deliberada (clave de la
mercadotecnia) entre lo divino y lo mundano; es decir, hay una “perfecta”
conjunción de lo religioso, contenido en la figura de Santa y el mercado,
contenido en la compra compulsiva de los regalos de fin de año.
Con SANTA se
alcanza “eficazmente” el culmen mercadológico toda vez que la simbología de San
Nicolás es “el lineamiento para fabricar
clientes, generando la fuerza que satisface deseos materiales de la sociedad
consumista que se niega a morir”.
La estrategia de
San Nicolas, Santa Claus, Papa Noel o Santa, es la publicidad efectiva para
crear necesidades y soluciones a esas necesidades, que satisfagan el
materialismo exacerbado de industriales, distribuidores, comerciantes y
consumidores; o sea, con SANTA, se alinean (como objetivo oculto de la
mercadotecnia) el materialismo que une la cadena de sujetos clave que sostienen
la mercadotecnia y ello es exactamente la lógica que contraviene la opción
cristiana de exaltar valores inmateriales, como la donación amorosa de tu
compañía, tu afecto, la entrega de un poco de tu tiempo de tu espacio y el
compartir de tus talentos. Ello sería más humano pero menos comercial.
¿Cuándo estaremos
dando la buena nueva de la opción cristiana sobre la opción del mercado, en
épocas tan importantes como navidad y fin de año? (solo para reflexionar)…
Según algunos cronistas
americanos, se cree que el origen de este personaje sucedió alrededor del año
1624, cuando los inmigrantes holandeses fundaron la ciudad de Nueva Ámsterdam
-más tarde llamada Nueva York- obviamente llevaron con ellos sus costumbres y
mitos, entre ellos el de Sinterklaas, su patrono (cuya festividad se celebra en
Holanda entre el 5 y el 6 de diciembre).
En 1809 el escritor
Washington Irving, escribió una sátira: “Historia de Nueva York”, en la que
deformó al santo holandés Sinterklaas en la burda pronunciación angloparlante
Santa Claus. Más tarde el poeta Clement Clarke Moore, en 1823, publicó un poema
donde dio cuerpo al actual mito de Santa Claus, basándose en el personaje de
Irving. En ese poema se hace mención de una versión de Santa Claus -enano y
delgado- como un duende pero que regala juguetes a los niños en víspera de
Navidad y que se transporta en un trineo tirado por nueve renos, incluyendo a
Rudolph (Rodolfo).
Posteriormente,
hacia 1863, adquirió la actual fisonomía de gordo barbudo bonachón con la que
más se le conoce. Esto fue gracias al dibujante alemán Thomas Nast, quien
diseñó este personaje para sus tiras navideñas en Harper's Weekly. Allí
adquirió su vestimenta y se cree que su creador se basó en las vestimentas de
los obispos de viejas épocas para crear este «San Nicolás», que en ese momento
ya nada tenía que ver con San Nicolás de Mira.
A mediados del
siglo XIX, el Santa Claus estadounidense pasó a Inglaterra y de allí a Francia,
donde se fundió con Bonhomme Noël, el origen del famoso Papá Noel, quien tenía parecido físico con
Santa Claus, pero vestía de blanco con vivos dorados. Igualmente a fines del
siglo XIX, a partir de un anuncio estadounidense de la Lomen Company, se
crearía la tradición de que Papá Noel procedería del Polo Norte; y se
popularizarían completamente los renos navideños como medio de trasporte de
Santa Claus.
Luego, a comienzos
del siglo XX en 1902, el libro infantil “The Life and Adventures of Santa Claus”
de L. Frank Baum, se origina la historia de cómo Claus se ganó la inmortalidad,
al igual que su título de santo. Igualmente, ya en el siglo XX, la empresa
Coca-Cola encargó al pintor Habdon Sundblom que remodelara la figura de Santa
Claus/Papá Noel para hacerlo más humano y creíble. Esta versión data de 1931.
En este punto, sin embargo hay que aclarar que es solo una leyenda urbana la
creencia de que el color rojo y blanco de Santa Claus tenga su origen en los
anuncios que la marca Coca-Cola empezó a hacer a partir de 1931, aunque sí es
cierto que contribuyeron a la popularización de estos colores y del mito mismo.
Hay muchas ilustraciones y descripciones casi fidedignas anteriores al anuncio
como la de Thomas Nast (1869) o St. Nicholas Magazine (1926), entre otras; eso
sin considerar además las antiguas representaciones religiosas del obispo San
Nicolás de Mira.
Desde mediados de
1800 hasta principios de 1900 no hubo una asignación concreta al color de Santa
Claus, siendo el verde uno de los más usados. Por lo tanto, se considera que la
campaña masiva de Coca-Cola fue una de las principales razones por las cuales
Santa Claus terminó vestido de color rojo y blanco, pero estos publicistas no
fueron los primeros en representarlo con estos colores.
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