ACONSEJAR AL NECESITADO
Freddy J. Berrios G.
@Catolicoslinea
Bien lo dice el
argot popular “El que escucha consejo llega a viejo” para expresar la idea de
la persona que recibe gustosamente un consejo y es prudente en aplicarla o por
lo menos reflexiona en la molestia que se toma su prójimo en ampliarle una
perspectiva determinada ante una situación particular. Por principio y
definición, el consejo se propone hacer un bien; es la oportunidad inclusive de
enmendar nuestros errores pasados ayudando a otros a no padecer la misma
situación.
Dar un consejo
es extender la mano sabiendo que -aún con buenas intenciones- no tengo todas
las respuestas, ni puedo resolver todos los problemas. Aconsejar es orientar a
otros a tener la seguridad de que Dios está cerca y Él será su luz y fortaleza
siempre: es entender que yo no tengo todas las respuestas, pero Dios sí.
¿Quién puede dar consejo?
Un padre que en
su juventud hizo acciones malas tiene la “autoridad” y la “moral” de conducir a
su hijo por el buen camino, así como un entrenador que no pudo ganar un combate
en una situación específica tiene la experiencia para dirigir a su pupilo al
éxito. Toda aquella persona que con su testimonio de vida pueda informar y/o
auxiliar de alguna manera, está apto para aconsejar desde su experiencia e
imbuido por el Espíritu Santo para que sea un gesto de amor, un regalo que le
damos a los demás, en especial a quien más lo necesita. (cf. Gal 6, 1-10; 1 Tim
4,11-23; Heb 13, 1-22)
¿Es necesario recibir consejos?
Sí. Cuando se da
con cariño un consejo para beneficio de nuestro prójimo y éste no lo recibe o
lo olvida entonces estamos tratando con una persona ingrata o necia. ¡Cuánta
prudencia, cuánta abnegación, cuánta voluntad, cuánto heroísmo es necesario
para dar un consejo! por eso tenemos que reconocer la disposición y la
importancia que tenemos de aquél que se preocupa por darnos un consejo para
nuestro beneficio.
¿Cómo puedo aconsejar?
Aconsejar sea
quizás una de los retos más grandes y difíciles de la vida. La humanidad en
esencia no está capacitada para pedir ayuda con sencillez y confianza. Que sea
el Espíritu Santo quien nos guíe para ser herramientas de amor; ser diligentes
con humildad, con respeto y dar testimonio de Cristo en su momento oportuno.
Debemos estar convencidos –por fe- que donde estemos haciendo cualquier obra de
misericordia está Cristo, porque nuestras actitudes son cristianas para Gloria
de Dios, amén. (cf. Rom 16,17-19; 1 Cor 16, 1-16)