PERDONAR A LOS QUE NOS OFENDEN
Freddy J. Berrios G.
@Catolicoslinea
Qué Misericordioso es nuestro
Señor Jesús y cuán grande es su amor; son infinitos sus caminos por lo que
llama a los pecadores y profunda la sabiduría con que convierte hechos humanos
mezquinos en grandes acontecimientos que demuestran Su Gloria. El agravio
inferido de un individuo a otro, es una ofensa que nos da la oportunidad de
crecer en el auténtico amor a través del perdón; detrás de la ofensa se esconde
la tentación del adversario de generar resentimientos (decepción, odio,
intolerancia, etc.) que buscan envenenar el alma, la mente y el cuerpo, pero
Cristo en su oración al Padre creador nos imbuye en este compromiso caritativo
para fomentar entre nosotros la unidad.
“Errar es de humanos y perdonar es divino” es el argot popular que recoge el
sentido ilimitado e inmensurable del amor a través del perdón.
¿Cómo puedo perdonar al que me ha hecho daño?
Es un acto de fe el perdonar y
más cuando se encuentra latente un dolor, una pérdida, una humillación, entre
otros sufrimientos. Por lo tanto, se requiere de la acción del Espíritu Santo
para participar desde el fondo del corazón, en la santidad, en la misericordia
y en el amor divino para hacer de nuestra pertinencia los mismos sentimientos
que están en Jesucristo; sólo así la unidad del perdón es posible perdonándonos
mutuamente como nos perdonó Dios en Su Hijo (cf Ef 4,32; Flp 2, 1; CIC parág.
2842)
Perdono pero no olvido ¿puedo vivir en paz?
No. Hay personas que han causado
mucho sufrimiento a los demás y no sólo eso, sino que los malvados influyen en
otras personas y las corrompen, con lo cual se opta por “perdonar”
temporalmente las ofensas pero estamos en alerta a lo que pueda hacer nuestro
hermano, el prójimo; ahora bien, esta opción de “no olvidar” crea una brecha en
la que los prejuicios nos separa también de Dios porque no podemos amar a
nuestro Señor a quien no vemos, si no amamos al herman@ a quien sí vemos (cf. 1
Jn 4,20). La obligación más bella –como virtud- para Dios es nuestra paz,
nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y El Espíritu Santo de su
pueblo elegido, por consiguiente estas acciones no se consideran auténticos
actos de sacrificio y Él nos despide del altar para que antes de ofrecer
algo nos reconciliemos con nuestro hermano (cf. CIC parág. 2845).
Los cristianos estamos en el
mundo pero no somos del mundo; es normal que por causa de nuestro Señor
tengamos enemigos de la fe. No está en nuestra mano y pensamiento no sentir ya
la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia
la herida en compasión y purifica la memoria transformando el agravio en
intercesión; además, damos testimonio del amor que es más fuerte que el pecado.
Amar inclusive a quienes nos consideran enemigos es buscar la perfección en la
observación del mandamiento de Jesús y es nuestro llamado natural como Iglesia
(cf. Mt 5,48; Lc 6,36; Jn 13, 34).
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