Seminarista. III de
Teología
“Casadas, estad sujetas a vuestros maridos,
como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos
con ellas”. Col 3:18-19
La determinación del
amor humano tiene su origen en un amor fundante; Dios. Él, transmite su amor a cada ser humano en y a
través de la familia. En el carácter esponsal del amor, Dios devela su amor al
hombre-esposo, a la mujer-esposa; en el amor paterno-materno, revela su amor a
los hijos; en el amor filial, manifiesta su amor al hombre-padre, a la
mujer-madre; en el amor fraternal declara su amor entre los hermanos. Todas
estas dimensiones del amor, “entrega sincera de sí mismo”, son posibles porque
tienen su origen y fuente en Dios; Él es Esposo, Padre/Madre, Hijo, Hermano.
Cada miembro de la familia es fruto, expresión y encarnación de Dios que es
amor.
La
magnificencia del amor de Dios, en y a través de la familia, no termina ahí. La
dimensión del amor trasciende las fronteras familiares y alcanza a la sociedad.
Del mismo modo que la familia es expresión y medio del amor de Dios a sus
miembros, en y a través de ella, manifiesta su amor a la humanidad entera. La
familia es un regalo de amor de Dios a los miembros que la conforman, a la
sociedad que se constituye a través de ellas.
Es propio de la familia, por su naturaleza, ser un prisma del Amor divino y del
amor humano. Dios ama al ser humano en la familia y -a través de esta- Él es
amado. En y a través de la familia se desvela, comunica y vive el amor en sus
diversas dimensiones, no sólo descendente:
Dios-persona-familia-sociedad-creación, sino también ascendente:
persona-familia-sociedad-creación-creador.
Del
mismo principio físico de gravedad que “todo objeto suspendido, tirado en el
aire es atraído hacia el centro de la tierra”, así el corazón humano es atraído
por la fuerza del amor de la familia, en ella la vocación de toda persona, don
de Dios, debe ser consumido en el seno del hogar, en ella crecemos y vivimos.
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