PREPARACIÓN PARA
LA GRACIA. DAR DE COMER AL HAMBRIENTO (
I PARTE)
Freddy J.
Berrios G.
@Catolicoslinea
Abrir nuestro corazón –la Puerta Santa- y estar
dispuestos a vivir El Evangelio como camino de salvación, es un acto de la
humanidad de acoger La Gracia que bien entendemos del apóstol Santiago y del
cual resalta la ejecución de las obras como acciones caritativas para suscitar,
justificar, desarrollar y mantener nuestra colaboración con Dios mediante la
FE. (Stgo 1,2-6)
Para que nuestra Fe tenga vida, es decir, que se
difunda en el prójimo, haga reflexionar al escéptico, convenza al indeciso y
lleve la luz de Cristo al mundo, debe ser
“a prueba de fuego” porque nos
dará la fortaleza al superar los sufrimientos en los que Dios quiere sacarnos adelante
pero trabajando con Él (CIC – parag.
2001).
El Creador conoce nuestras necesidades terrenales y
las tiene en cuenta, pero así como un hijo le pide de comer a su mamá, el
cristiano debe pedir el alimento y transmitir esta preocupación corporal a Dios
a través de la combinación oración-acción, tal como lo expresa el hoy Papa
emérito Benedicto XVI “…la tierra
trabajada no da fruto si no recibe desde lo alto el sol y la lluvia.”
(Benedicto XVI. Jesús de Nazaret. Editorial Planeta. 1era Edición. Colombia,
2007)
¿Debo alimentar
a otros?
Hay que puntualizar que la acción misericordiosa de
alimentar al prójimo va orientada al necesitado, a aquel individuo que, sin
formar prejuicio en él, no tiene siquiera cómo sustentarse. En el pasaje de los
dos hermanos, el hijo pródigo trabajando en una porqueriza, simboliza la imagen
de aquél que ofende a Dios porque ignora y desprecia la dignidad de ser Hijo de
Dios; el ser humano se transforma en puerco por el pecado que nos margina del
Plan Providencial hacia la miseria pero ayudamos a rescatar a aquella alma –y
la propia- si superamos las vicisitudes juntos. (Ricardo Villegas. Reflexiones
en noches de insomnio. EVIGRAF. 1era Edición. España, 2009)
¿Me condeno
por no darle alimento al más necesitado?
Negar el alimento al más necesitado no es la
condena, es la indiferencia de los que pueden compartir su pan y por voluntad
propia no lo hacen. En la oración del Padre Nuestro se destaca claramente la
petición a Dios de “nuestro pan”, es decir, el pan de los demás como punto de
comunión; por lo tanto, el que tiene en abundancia está llamado a compartir y
hacerlo con la convicción que somos familia de Cristo. (Lc 16,19-31)
¿Por qué lo
alcanzado por mi esfuerzo tengo que compartirlo con los pobres?
Porque los bienes que hemos recibido durante
nuestra vida ha sido posible por Dios. Es la perversión del hombre de asumir
que todo lo puede por sus propias capacidades, es el pecado del “ateísmo
mesiánico” de haber sudado la gota gorda y merecer ser feliz, sin
preocupaciones, en la cual la persona ostentosa tiene la razón, inclusive de
forzar a la Iglesia para justificar su posición. El ser humano por naturaleza
es sociable y por divinidad debe buscar el bien común que nos ayude a vivir en
comunidad, como pueblo de Dios. En una visión unitaria, cada pedazo de pan es
de algún modo un trozo del pan que es de toda la humanidad, del pan del
mundo. (Benedicto XVI. Jesús de Nazaret.
Editorial Planeta. 1era Edición. Colombia, 2007)